Wednesday, February 27, 2008

Una brisa peligrosa


Un gran despertar. No sabía que iba a ser el último. Hacía un precioso día otoñal, con una suave brisa meciendo los árboles, un majestuoso sol intentaba calentar desde la gran distancia a todos aquellos seres que, de otra manera, no podrían ni siquiera plantearse su existencia. Parecía conveniente que, tras aquella noche tranquila, no habría nada mejor que una buena brisa recorriendo la habitación.

Abrí la ventana. No hacía falta abrirla entera para poder comprobar que el frescor que se aportaba desde fuera venía como anillo al dedo a aquella vida tan llena de luces y sombras que, sin pena ni gloria, había ido disfrutando como había podido. Era lo único que le faltaba: un leve soplo de aire fresco de la mañana. Estábamos en noviembre, pero no me pude resistir a esos labios que parecían acariciar el alféizar de la ventana, y poner en movimiento todo el paisaje que estaba ante mis ojos.

Me senté en el escritorio a ojear unos apuntes sin darme cuenta del airecillo que entraba por aquella ventana. Ya me estaba acostumbrando a la nueva temperatura, sin problema ninguno. Además, era tan agradable esa sensación... que deseaba que no se acabara nunca, NUNCA. La sensación de placer era tal que no cambiaba ni siquiera de postura para seguir disfrutando de ella.

La brisa se iba haciendo poco a poco más intensa, pero seguía envolviéndome plácidamente, sin nada que hiciera presagiar otra cosa que no fuese la bondad de todo aquello. Me iba sintiendo cada vez más cómodo, adaptándome como nunca antes lo había hecho. Realmente estaba encontrando sensaciones atrás perdidas y otrora habituales dentro de mi vida, estaba encontrando también mi propio ser, dándome cuenta de mi propia existencia y los placeres que ésta me podía brindar. Era algo que no iba a dejar pasar, no estaba dispuesto a que aquella impresión se fuese de la habitación sin antes dejar una huella en mí.

Poco a poco, fui notando que, aunque no tenía frío, sino placidez, mi aliento se convertía en vapor, como si la temperatura estuviera ya en unos límites que mi ligera camiseta corta difícilmente podría soportar, pasando el frío a mi piel... cosa que no sentía. O sí. Pero la sensación anterior era tan buena que no me dejaba ver lo que estaba ocurriendo. Poco a poco, se iba enfriando ciertamente mi vida. Primero, la piel, luego la temperatura pasaba a calar en los huesos para por último bajar la temperatura del alma. Pero ésta estaba tan acomodada ya que no podía luchar contra ello, porque no podía notarlo. Todos los símbolos externos no eran nada con el disfrute anterior. El viento se hacía cada vez más fuerte, hasta el punto en que la tormenta que se estaba cebando con aquel paisaje antes idílico arrancaba árboles y se veían volar cosas que normalmente ocupaban su puesto en la superficie: coches, bolsas, enseres...

Intenté incorporarme, pero ya era demasiado tarde. Ahora me doy cuenta de que las mayores desgracias siempre vienen precedidas de un gran disfrute, y precisamente por eso nunca renunciamos a ellas, sino que disfrutamos del placer y luego intentamos pasar de puntillas por delante de las consecuencias. Como si no se fuese a enterar. Pero ahora no podía. El vendaval era tal que estaba atrapado en la habitación.
Todo se movía por la habitación. Pero lo peor de todo fue que no pude hacer nada por salir de allí. Estaba atrapado, nadie podría ya salvarme. Nadie sabía que yo estaba en la habitación, nadie se atrevería ya a ayudarme. Nadie.

Fui encontrado días más tardes en la misma habitación, congelado y con un gesto de terror en mi cara. Ahora me dedico a avisar a los inquilinos de este barrio de que la brisa que entra en sus ventanas puede ser horrorosamente bella.

3 comments:

desti said...

Joe, tu cuerpo tiene serios problemas para interpretar las señales de frío eh?? Eso es que en tu interior estás todo el día caliente y no puede ser.jeje.

Anonymous said...
This comment has been removed by a blog administrator.
Guille said...

q grande, me ha molao :D